Me ha llamado riendo, con el pelo aún enredado y los ojos pegados por lágrimas secas, pidiendo una ayuda para contar el comienzo, que juntos inventáramos un prologo para lo que está empezando.
Y yo, en el libro de tapas negras que descansa en la mesilla de noche y donde voy anotando con pluma todo aquello que merece la pena recordarse, he pintado una esperanza de color azul. Una ilusión sobre un futuro cercano donde los trovadores de la igualdad le cantaran a nuestros herederos que en una ocasión, alguien tuvo un sueño de nobleza que fue capaz de realizar gracias a miles de litros de sudor roto.
Según Ella avanza en su relato de fe, mi ilusión se convierte en certeza cuando se detiene a contarme como grano a grano, piedra a piedra, ha diseñado los cimientos de lo que será algo lo bastante hermoso como para orientarse desde el difícil prisma del prójimo.
Un proyecto cuya base es tan sencillamente compleja como plantar la palabra “Convivir” y regarla hasta conseguir que sus ramas nos cubran a todos. Pues Ella me asegura que lo duro del anterior verbo consiste en equilibrar las oportunidades que todos tenemos para repartirnos el mismo espacio, este planeta que nos ha tocado compartir en demasiadas ocasiones de forma injusta y desigual.
Haciendo un libro con las manos me explica que la teoría económica y empresarial enseña que algo es rentable cuando se recupera la inversión y empieza a dar beneficios. Y sonríe al explicarme que en el preciso instante en que alguien aprenda que los límites aún están por escribirse, la primera meta se habrá alcanzado y el proyecto empezará a sumar.
Los propósitos más loables son aquellos que al cumplirse, hacen realidad los sueños de los demás, y mucho más cuando esto implica mejorar la vida de personas cuya existencia ha sido dificultada sin permiso. Lo hermoso de estas aspiraciones es que adquieren el tamaño de leyenda cuando se afrontan sin pedir nada a cambio, con el simple objetivo de ayudar, con la única motivación de ser de utilidad a quien ni siquiera conocemos.
Y este: así de pequeño, así de grande, es el sueño de Ella.
Lo sé porque me lo ha mostrado, porque a ella su enfermedad le ha enseñado a soñar con el corazón abierto, siempre en alerta para evitar que los deseos se escapen. Con los ojos tan atentos que cuando mira, consigue que salga el arco iris en su mundo monocromo, permitiendo que todo aquel que le rodea sea capaz de ver los siete colores, o muchos más; y entender que lo importante del camino no es recorrerlo, sino completarlo acompañado…