Toc,toc…
El protagonista:
El señor X era una persona “normal”, como otra cualquiera, con aficiones e inquietudes que no se podían clasificar de extravagantes, un empleo bien remunerado y satisfactorio, rodeado de un nutrido grupo de amigos con los que compartir momentos y una familia feliz compuesta por mujer y dos hijas. Hacía unas semanas que la mayor acababa de alcanzar su sueño de conseguir el acceso a la universidad de medicina en la que había estudiado su abuelo.
Sus costumbres:
El señor X no solía señalizar las maniobras, más que cuando la presencia de alguna patrulla lo hacía obligatorio y en el caso de no tener ninguna otra manera de abrirse camino. Muchas ocasiones consideraba que aquella palanca debería ser opcional y alguna vez, incluso confesaba sentirse mareado ante el corto e incesante repiqueteo de los intermitentes.
Tampoco guardaba la distancia de seguridad necesaria con los vehículos que le precedían. A pesar de su edad, se sentía poderoso con su automóvil de varias decenas de miles de euros, y continuaba creyendo en unos reflejos en ocasiones debilitados por alguna copa de vino de más. Ni siquiera le importaba que el conductor al que perseguía pudiera observar su agrio rostro, y en demasiadas ocasiones adelantaba por el carril de la derecha, indignado ante una norma que le parecía inútil, caduca, y solamente digna de conductores que no merecían poseer una licencia ni tenían suficiente habilidad al volante para realizar cambios imposibles de carril.
El hecho:
Al señor X le despertó el teléfono en medio de una calurosa noche de Agosto. La información sin noticias y el tono del agente que le hablaba desde el otro lado, le provocó una profunda inquietud y desequilibrio.
Las consecuencias:
Pedazos de carne colgando de hierros retorcidos y doblados en formas imposibles.
Liquido viscoso rezumando de unos conductos desgarrados, mezclando el rojo con el olor a gasolina.
Miembros humanos separados de troncos inertes, esparcidos como un puzzle sobre un tapiz gris de restos metálicos.
Gemidos, lamentos, gritos de dolor ante la suerte de un futuro inmóvil y no un féretro de asfalto.
El resultado:
Lo único que el Señor X pudo reconocer fue el rostro desfigurado y sanguinolento de su pequeña, junto con la matrícula, aún caliente, del flamante coche que le había regalado al conseguir su ingreso en la facultad de medicina.
¿Una razón?:
Y junto con la última mirada de su hija, lo que el señor X, jamás, nunca podría olvidar, serían los cientos de horas al volante con ella sentada detrás. Observando, mirando, aprendiendo. Empapándose de irá contenida, rabia y falta de respeto y tolerancia ante los que no entendían el mundo como su papa..
Saludos.