Con la más absoluta certeza de que el dolor que sentía ya estaba catagolizado como crónico anduve vagando por los pasillos de aquel hospital donde había pasado tanto los momentos más duros de mi vida como los momentos más decisivos… Como el día que me pusieron la «bomba», ese sistema que me permitió entre otras vestirme sola…
Divagando entre mis propios pensamientos me senté en la sala de espera de traumatología me detuve a contemplar «el paisaje»; médicos y enfermeras corriendo como locos, niños escayolados, de lejos la cara de mi traumatologo y entonces en ese mismo momento en aquel preciso instante recordé que si bien ahora mi dolor era crónico que si las pastillas eran ya una adicción en tiempos pasados puede que no fuera insomne, puede que no fuera torturada por el dolor ese maldito dolor que amarga mi existencia con su presencia….
Pero jamás en tiempos pasados pude imaginar el grado de autonomía que tengo…
Entonces, ¿tengo derecho a quejarme?
Dicen que hay dos maneras de ver el vaso…
Yo, prefiero verlo medio lleno aunque a veces el pesimismo me invite a vaciarlo