Hoy tengo la necesidad de escribir, mientras estaba echada en el sofá con mi perrito (el más fiel y el mejor del mundo) mientras escuchaba un reportaje sobre los niños, la pobreza, la exclusión social, la prostitución infantil no podía pensar en otra cosa que en lo afortunada que soy. La verdad es que creo que muchas veces «las pequeñeces» de nuestras «ENORMES» desgracias nos hacen olvidar la INMENSIDAD de nuestras grandes fortunas.
El tener un hogar, una familia, gente a la que querer y que me quieran, unos amigos incondicionales,  desde hace poco un novio que me quiere lo suficiente como para comprender el estilo frenético de vida que llevo, el poder acceder a una educación, el tener un empleo digno, el haberme cruzado con mis médicos que pasaron a ser los grandes aliados de la independencia de mi vida… Podría seguir así párrafos y párrafos enteros pero la cuestión es la siguiente: muchas veces el dolor me nubla la mente y me entristece el ánimo… Me venda los ojos para que no pueda apreciar con todo su esplendor «mis grandes tesoros».

Y es que señores, el simple hecho de contar con un hogar en el que estar protegida, acceder agua potable con el simple gesto de abrir un grifo, tener la información adecuada que me ayuda a tomar la mejor decisión y con ello dirigir mi propia vida, ya es un lujo insoñable para otros. Así que hoy, quiero que la reflexión del día sea esta simple pregunta ¿Y qué más puedo pedir?