Cuanto más pienso en lo evidente, más me reafirmo en qué son las cosas por las que debemos comenzar a reflexionar y explicar. Y otro mes más vamos a utilizar este apartado mensual, que nos ofrece “Convives con espasticidad”, como excusa para pensar en lo obvio. Pero ¿qué quiero decir exactamente?
La mayoría de las decisiones que tomamos en la vida parece que están sujetas a cosas que dependen de otras personas. Desde lo más simple a lo más complejo. Por ejemplo, la película que queremos ver en el cine puede depender de los gustos e intereses de las personas con las que ir al cine. La ropa que me he puesto hoy depende del lugar o lugares donde he ido e iré, e incluso del tiempo… (No vestimos igual en el lugar de trabajo, ocio, deporte…si hace más o menos frio…o llueve). Pero incluso aquellas decisiones que puedas imaginar ahora mismo, por más transcendentales e importantes que puedan parecer, (casi) nunca dependerán exclusivamente de tus propios intereses, gustos o motivaciones. Por poco que sea, siempre estamos condicionados por alguien o algo. Pero ¿es esto verdaderamente importante? No. Es más, hemos comenzado diciendo que era hablar de lo obvio. Aun así, sí es importante detenerse a reflexionar sobre las cosas que hacemos, cómo las hacemos, con quién las hacemos y por qué las hacemos.
Elegir condicionado por algo e incluso por alguien puede ser un acto tan cotidiano como necesario. Adaptarse a los demás y adaptarse al medio es síntoma de buena salud individual y social. Es decir, forma parte de las habilidades necesarias para convivir en una sociedad. Ahora bien: elegir condicionado por algo o alguien debe ser, en todo momento, una opción y no una obligación. Dicho con otras palabras: elegir depende de ti.
Cuando pensamos, por ejemplo, “qué película ver” es fundamental poder elegir en función de lo que ocurre a nuestro alrededor (por ejemplo –las amistades con las que decides ir-). Pero la realidad no es tan positiva cuando tu pensamiento no es libre de elegir, cuando estás condicionado por elementos que te imponen la manera de actuar y te limitan tu forma de vivir. ¿Cómo puede ocurrir esto? Por ejemplo, cuando piensas “qué película ver” y tus alternativas se reducen a los cines que son accesibles o a los cines que, además de ser accesibles, puedes llegar con un itinerario sin barreras. Los ejemplos son tan diversos como numerosos, y tú los conoces bastante bien.
Esto sí me preocupa. A veces, no somos conscientes de las cosas más obvias y, si lo somos, no nos planteamos la vida de otro modo. En estos tiempos no nos podemos conformar con un tanto por ciento del total de cines que sean accesibles, ni con un porcentaje mínimo del total de medios de transporte, ni de aulas en las universidades, ni de empresas, ni edificios, páginas web, viviendas, productos…etc. La accesibilidad o es universal o no es accesible.
Para disfrutar de uno mismo, tenemos que disfrutar también del mundo. Eso implicar tener apoyos para algo más que levantarme de la cama, asearme y alimentarme. Todas las personas, independientemente del colectivo en el que se nos clasifique, necesitamos apoyos. Todas las personas somos interdependientes. TODAS. Pero el origen de la discriminación está en determinar qué apoyos son susceptibles de prestarse y cuáles no. Y si se prestan, acordar bajo qué requisitos. No os preocupéis, hablaremos detenidamente de esto en futuros post.
Lo que nos ocupa ahora son las claves para entender nuestras decisiones. Unas decisiones que son fruto de las limitaciones de una sociedad que excluye la diversidad humana. Entornos creados no solo para satisfacer las necesidades de una mínima parte de la población sino, lo que es más grave aún, entornos diseñados para discriminar a ciertos colectivos, entre ellos las personas con discapacidad. Y ¿Por qué puede ocurrir esto? Muy sencillo: estructuras de poder.
No es ningún secreto a estas alturas decir que el Estado (re)produce desigualdades. ¿Están dispuestas las Políticas Públicas a eliminar la discriminación de ciertos colectivos? Lamentablemente no. Las actuales Políticas Públicas son, en demasiadas ocasiones, causantes de parte de los problemas de las personas con discapacidad en vez de ser parte de la solución de los problemas de las personas con discapacidad. Y esto, aunque obvio, no es una idea inofensiva. Estamos tan acostumbrados a padecer injusticias que hemos llegado hasta el punto de que hoy ciertos derechos, como el de vivir con dignidad, se han convertido en privilegios. ¿Y cuál es el problema? Uno tan simple como peligroso: Los privilegios cada uno se busca los suyos mientras que los derechos se garantizan a todos.
Estamos tan acostumbrados a padecer injusticias que estamos construyendo un mundo donde se perdona más al rico que al honrado, un mundo donde lo que vales no es lo que eres sino lo que tienes, un mundo donde los favores se traducen en privilegios…Un mundo donde los derechos son una moneda de cambio y donde los colectivos discriminados se están quedando sin monedas que cambiar.
La desigualdad se visibiliza cuando uno no puede pensar con libertad, cuando las decisiones que toma están limitadas por los requisitos que nos imponen. Y si uno ya no puede ni elegir lo que piensa ¿qué nos queda de esta pequeña gran aventura llamada vida?
Tenemos que ser atrevidos/as, salir de nuestra forma de pensar, ver todo desde otra perspectiva y darnos cuenta de las cosas para poder luchar por descubrir nuevas puertas que nos permitan vivir con total dignidad.
Ser el protagonista de tus propios pensamientos, de tus emociones, de tu vida…en definitiva, disfrutar de ti mismo es un derecho. Tómate un tiempo para aportar tu granito de arena para cambiar la situación, porque te aseguro que ese tiempo, tarde lo que tarde, habrá merecido la pena.
Jesús Muyor Rodríguez
Profesor en el Grado de Trabajo Social de la Universidad de Almería.
Director de Innovación, Comunicación y Desarrollo de FAAM Almería.
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