Foto del autorPosiblemente a mucho/as de nosotros/as  nos han dicho en algún momento “no llores “o “no es momento para risas”…Estas manifestaciones físicas de procesos cognitivo-emocionales ocupan un papel principal en la forma de cómo vivimos.  Más allá de cuestiones meramente motivacionales (si estás alegre afrontas el día de una manera más positiva), las emociones tienen un significado social, delimitan la forma de configurar la sociedad e incluso las respuestas de las Administraciones Públicas hacia un determinado problema: (Prometo que voy a intentar explicarme).

Es sabido que las emociones no pueden ser controladas desde fuera y es por eso por lo que debemos saber gestionar nuestras propias emociones para que éstas no controlen nuestra vida. Los procesos cognitivos-emocionales perfilan nuestro comportamiento y acciones. Si nos domina la ansiedad, pesimismo, rabia, angustia  o culpa difícilmente podemos salir de una situación de crisis. Y hasta aquí numerosas publicaciones y autores/as intentan hacer el ejercicio de desarrollar en el individuo distintas formas de controlar y transformar las emociones para crear nuevas posibilidades de afrontamiento a los problemas. Pero ¿y si “le damos la vuelta a la tortilla”? A lo mejor nos convendría pensar en ello.

Hasta ahora nos han intentado argumentar cómo las emociones condicionan nuestra forma de pensar y actuar pero, de igual manera, la acción (social) conlleva una manifestación emocional. La diferencia de esto no es exclusivamente lingüística o verbal. Implica un cambio total de paradigma en la configuración de los problemas sociales y en la forma de intervenir en ellos.

Por ejemplo, el miedo, la ansiedad, la angustia, la inseguridad, la depresión de las personas con discapacidad en la sociedad actual son, en parte, la materialización emocional de la pérdida de derechos y las discriminaciones persistentes que sufren.  Por tanto, la clave no está en intentar controlar tus pensamientos, aquellos pensamientos que tu cerebro convierte en tóxicos. Ahora la clave es (re)conocer los elementos sociales, estructurales y reales que producen el problema.  Aunque tampoco parece nada nuevo sí es un paradigma de atención diferente: Porque ahora el mayor obstáculo para sufrir YA NO ES UNO MISMO.

Pasar de lo individual a lo social no es tarea fácil. Y no lo es porque tenemos un sistema construido bajo cánones médicos que han intentado elaborar un saber organizado de las “enfermedades sociales”, medicalizando y patologizando la vida de las personas con determinadas situaciones sociales. Esto lo vemos muy claro en el ámbito de la discapacidad donde en el dominio del modelo médico-rehabilitador los esfuerzos profesionales se centran en rehabilitar y normalizar a  las personas con discapacidad, y logren asimilarse a las demás personas (válidas y capaces). Pero desde el ámbito social también se da en los demás colectivos donde también es el profesional al que se le presupone como aquél que tiene el poder de “curar al otro” a fuerza de buscar la norma que permitiría distinguir al enfermo del sano (al inadaptado del adaptado, al loco del cuerdo, al marginal de los que se separan de la norma).

Qué curioso que las alarmas de las Administraciones Públicas suelen encenderse cuando surgen excesivas demandas de manifestaciones de procesos cognitivos-emocionales: el 84% de la población española sufre estrés  y una persona estresada tiene un 40% más de probabilidad de muerte (noticia reciente de gran impacto en medios de comunicación).  Y consecuencia de ello, tenemos un  Sistema de Salud que ofrece tratamiento psicológico (del que hemos hablado antes) y farmacológico de los trastornos de ansiedad para aliviar los síntomas, prevenir las recaídas y evitar las secuelas, con la mayor tolerabilidad posible hacia la medicación.

Pero, por el contrario, apenas nos planteamos que un 67% de la población “no llega a fin de mes”, que más de 12,8 millones de personas, el 27,3 por ciento de la población de España, se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión o que, aproximadamente, el  90% de la población con discapacidad grave en España está en una situación de pobreza moderada. ¿Cuánto estrés pueden generar estas situaciones?

Foto de una mujer mirando a lo lejosAutores/as muy relevantes en el ámbito de la gestión de emociones  dicen que vivir un momento estresante no es lo mismo que vivir estresado y que no sabemos vivir de otra manera, que tenemos que aprender a vivir de otra forma.  Estoy de acuerdo pero ¿hablamos de lo mismo? Controlar y cambiar la capacidad de percibir estos estados es necesario pero no suficiente.  Necesitamos dar el salto a las manifestaciones sociales de las emociones, a los elementos que pueden provocar estos procesos tóxicos en el individuo.

Enfocar exclusivamente los esfuerzos a conocerse uno mismo y otorgarle a la persona la capacidad intrínseca de controlar y cambiar las emociones negativas (ansiedad, angustia, insatisfacción, miedo, depresión…) es un peligroso ejercicio de irresponsabilidad profesional.  Lamentablemente vivimos en un mundo donde las personas no eligen el lugar ni la forma en la que vivir. Y no nos damos cuenta que, muchas veces, el miedo, la angustia y la tristeza no son opciones donde uno decide habitar sino decisiones que a uno le obligan tomar.

Jesús Muyor Rodríguez
Profesor en el Grado de Trabajo Social de la Universidad de Almería.
Director de Innovación, Comunicación y Desarrollo de FAAM Almería.
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