Evolucionamos, sí. Pero en el camino destruimos, demolemos, arroyamos, arruinamos, devastamos y arrasamos con todo y contra todos en esta ilógica forma de vivir en el mundo que habitamos. Grandes pensadores han dedicado su trabajo en fundamentar el orden criminal del mundo. Esta entrada es mucho más simple (también su autor), por eso solamente reflexionaremos sobre cómo ser humanamente más humanos en un mundo que nos enseña a competir en vez de a convivir.
- En realidad competimos con nosotros mismos
En otras entradas hemos hablado del (mal) camino por el que las “normas sociales” intentan llevarte. A modo de resumen te recuerdo que –la norma- no siempre es –lo normal- y que –sociales- no siempre quiere decir –social-. La cultura del “yo” imperante en la actualidad nos prohíbe convertirnos en una especie socialmente inteligente. Esta cultura del “Yo”, en realidad, es más una cultura del “Tú” o del “otros” porque los atributos de lo que somos y hacemos los construimos en base a cómo es la otra persona. Constantemente estamos comparándonos con otros, preocupados de una manera enfermiza por hasta dónde ha llegado la otra persona para superar yo ese camino…Todo esto destruye la cultura del “nosotros” porque vemos en el otro un competidor y no un colaborador. Y como te has podido imaginar, esto es un grave error: Tenemos que desarrollar la inteligencia social. Eliminar estas “normas sociales” tóxicas. Solamente competimos con nosotros mismos. Y no en la manera de marcar nuestros propios límites y superar nuestros desafíos. Eso está bien si queremos salir de la zona de confort. Pero yo quiero ir más allá. Aunque es un más allá que está bien cerca: competimos con nosotros mismos con el único objetivo de comenzar a cambiar el mundo con los pensamientos. En este punto dos cosas importantes: La primera es que no basta cambiar nuestros pensamientos para cambiar el mundo (pero es un buen comienzo). Y la segunda, es que para cambiar el mundo, lo tenemos que cambiar socialmente (es decir, entre todos). Ya comentamos en la pasada entrada esa mala costumbre que tenemos de intentar cambiar siempre el mundo a nuestro gusto…
- ¡Cariño, tenemos que hablar!
Hablar asusta. Y enunciar que queremos o tenemos que hablar asusta más. Generalmente sólo decimos “tenemos que hablar” cuando queremos comunicar algo negativo. En el lado opuesto se sitúa cuando, por ejemplo, nos encontramos con un conocido por la calle y decimos aquello de “cómo va todo. Venga, ya quedamos y hablamos…si eso”. O la expresión más actualizada “te mando un WhatsApp y hablamos…”. Comunicación que rara vez llega a producirse.
Pero si queremos ser humanamente humanos tenemos que “hablar” más. La comunicación tiene que ser mayor y mejor entre las personas. Existe toda una teoría creada sobre el valor positivo de la comunicación. Pero todo es mucho más sencillo: La comunicación nos ayuda a conocernos a nosotros mismos y a conocer a los demás. Las palabras abren emociones pero también acciones. Es decir, construyen realidades que nos ayudan a cambiar la realidad de este mundo. El lenguaje (verbal y no verbal) es tan potente que puede transformar el tipo de experiencia que creamos. Sin ir más lejos, las entradas que escribo buscan que tú hagas que las cosas ocurran.
- No eres tú, soy yo.
El quid de la cuestión. Porque ante un problema sin resolver, esta expresión es simplemente una forma de evadir sincerarse del por qué las cosas no funcionan. Generalmente no es una manera de reconocer los errores propios. Más bien, es una manera de evitar seguir siendo preguntado/a sobre el asunto. Es como si al decir que el problema soy yo, no existiera más problema y entráramos en la parcela del “yo” que es propiedad privada para el otro. De esta forma es como si nadie tuviera permiso para entrar, para preguntar sobre uno, ni cuando sea la clave del problema.
En un mundo humano y social, el “Yo” no es propiedad privada. Debe ser un terreno abierto que pueda ser visitado y explorado por los “otros”. Porque necesitamos del consejo, de la ayuda, de la colaboración de otras personas para mejorar, para crecer y para vivir. Cerrarse en uno mismo no ayuda a establecer dinámicas sociales, dificulta que funcionemos humanamente humanos. Es un error pensar que pedir ayuda es fracasar. Pedir ayuda te hace mucho mejor. Es un ejercicio de inteligencia social que muestra la madurez de las personas que están abiertas a recibir lo mejor de los demás. Pero también algo muy importante, refleja a aquellas personas que además están dispuestas a ayudar a los demás. Porque a pesar de lo que puedas recibir de las actuales “normas sociales”, un mundo donde se colabore más, se coopere más, se comparta más y se co-cree más…es un mundo, a todas luces, mejor.
Jesús Muyor Rodríguez
Profesor en el Grado de Trabajo Social de la Universidad de Almería.
Director de Innovación, Comunicación y Desarrollo de FAAM Almería.
Twitter de Jesús Muyor
Facebook de Jesús Muyor
Imagen de Victor Hanacek