¿Os habéis fijado alguna vez en el impacto que tienen nuestros pensamientos sobre nuestro bienestar? Uno de mis escritores favoritos, Mark Twain dijó: “En mi vida he pasado a través de cosas terribles, algunas de las cuales sí sucedieron”. Y es que ¿quién no se ha imaginado e incluso atemorizado por algo que jamás acabó sucediendo?
Yo por lo menos he de confesar que tengo una mente muy torturadora y catastrofista. Es por eso que he comprobado en primera persona la importancia de transformar nuestros pensamientos más negativos en positivos. Pero ¿cómo lograrlo? Hoy quiero compartir algunas pautas que considero son esenciales, aunque quizás por eso sea a veces tan complicado llevarlas a cabo.
- Enfocarnos en el presente: a veces nos calentamos la cabeza intentando prever y prevenir los problemas venideros. ¿Y si estos nunca llegan? ¿Cuánto tiempo hemos invertido en algo inexistente? La preocupación por el futuro es la base de la ansiedad y la preocupación o reflexión sobre el pasado la de la depresión. En consecuencia, carpe diem día a día. El pasado ya pasó y el futuro aún no ha llegado.
- Tener propósitos vitales: Las personas necesitamos retos en nuestras vidas que nos hagan levantarnos día a día y luchar por ellos. A menudo muchas personas piensan que si tienes una discapacidad muy severa esto no es así… A estas personas les pregunto: ¿Conocen a Stehepen Hawking? ¿O a mi amigo Luis?
- Cultivar nuestras creencias: Con esto no me refiero a creencias religiosas exclusivamente, pero es importante tener fe en algo. En lo que sea, pero el creer te hace no perder la esperanza y eso a veces es esencial.
- Rodearnos de gente positiva y cuidar nuestras relaciones sociales. El ser humano es un ser social y por naturaleza necesitamos relacionarnos… Pero ¡ojo!, las personas con las que nos relacionemos y la manera en la que lo hagamos tendrá un gran impacto en nuestra persona, nuestros pensamientos y sentimientos. “Dime con quién vas y te diré quién eres”. Si nos rodeamos de gente positiva, nos será más fácil contagiarnos y practicar la positividad.
- Dar gracias por las cosas buenas que tenemos en la vida. A menudo, en una rutina marcada por las dificultades como suele ser en el caso de muchas personas con discapacidad es fácil dejarse vencer por el derrotismo y olvidar todas aquellas cosas que nos hacen feliz en nuestra vida. La gratitud tiene un poder transformador enorme no sólo en nuestra experiencia sino en la de aquellos que nos rodean. A menudo es bueno tomarse unos minutos al día, al comenzarlo y al acabarlo para recordar esos pequeños detalles que nos hacen tan afortunados. En mi caso TODOS los días doy gracias por poder ponerme los zapatos, algo que no puede hacer hasta los 16 años.
- Cuidar nuestro dialogo interno: a menudo nosotros somos nuestros mayores críticos y debemos hacer un esfuerzo por no sólo machacarnos con aquello que creemos que no hemos hecho bien, los aspectos que no nos gusten de nosotros o aquellos que sintamos que tenemos que mejorar. Es necesario también reconocer y ensalzar esas cualidades o aspectos de nosotros mismos que nos gustan y nos hacen sentir bien. Podríamos hacer una lista de todas ellas y colgarla en un sitio visible por si se nos olvidan.
Éstas son algunas de las pautas que a mí misma me sirven. Y tú ¿tienes algún truco para evitar que tu mente se llene de negatividad? ¡Y que la protagonista sea la positividad!
Antes de terminar quiero recordar a nuestros lectores un sabio refrán: “La perfección es enemigo de lo bueno”. Quizás uno de los mayores problemas de muchas personas (entre las que me incluyo) sea la autoexigencia de querer alcanzar algo inexistente y por definición inhumano: la perfección.
Claudia Tecglen
Presidenta de Convives con Espasticidad
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Imagen: Portada del libro «Aprenda optimismo» Martin EP Seligman