Parece estar de moda el término resiliencia para acuñar la capacidad de una persona ante la superación de dificultades a las que se puede enfrentar. O, dicho de otro modo, se refiere a la capacidad de afrontar la adversidad.
Término que podemos ver aparecer en psicología de manos de Emmy Werner en 1995, y que posteriormente se enfatiza su uso, no como capacidad, sino como proceso donde subyacen habilidades para hacer frente a situaciones adversas. Por lo que, como podemos pensar, el significado de resiliencia tiene una antigüedad remota si nos basamos en la capacidad de un humano, e incluso de un animal, frente a su supervivencia.
Pero volviendo a la capacidad (la cual incluye un proceso) de sobreponerse a un estímulo adverso nombrada como resiliencia, podemos afirmar que puede darse con más frecuencia en personas con discapacidad, por el simple hecho que estamos expuestas a una serie de obstáculos que se diluyen cuando no se tienen limitaciones aparentes, ya sean: físicas, sensoriales o intelectuales.
Lo cual no quiere decir que las personas con discapacidad seamos más fuertes para superar situaciones difíciles, pero su mayor aparición nos puede hacer desarrollar mecanismos de defensa ante las mismas. Y es que no es lo mismo que no te dejen subir a un bus porque va lleno, que porque no quieran sacar la rampa. El primer caso puede ser ocasional y extensible a cualquier persona, pero el segundo suele ser frecuente en nuestro colectivo. Lo que hace desarrollar unas habilidades (mecanismos de defensa) que pueden disminuir la frustración en situaciones que se repiten como la del bus.
Pero… ¿Qué son los mecanismos de defensa?
Tal como señalo en mi artículo: “Mecanismos de Defensa” estos son mecanismos psicológicos no razonados que reducen las consecuencias de un acontecimiento estresante, de modo que el individuo suele seguir funcionando con normalidad. Por lo que la resiliencia es fruto, en muchos casos, de éstos.
La ocurrencia repetida de situaciones adversas, hace que las personas con diversidad funcional, y por extensión nuestras familias, podamos adquirir comportamientos y habilidades que nos ayuden a resolver y sobreponernos de esas situaciones. Muchas veces reduciendo las secuelas emocionales mediante los mecanismos de defensa aprendidos.
Ese aprendizaje es lo que hace que nuestra resiliencia pueda ser más rápida en situaciones cotidianas. Y es que todo se basa en el aprendizaje. Una persona que cada día encuentra atasco para llegar al trabajo, al fin de mes puede haber reducido el estrés de la primera semana mediante mecanismos de resinación o acomodación.
Pues lo mismo nos ocurre a las personas con discapacidad ante el hecho de no poder acceder a un lugar o realizar una actividad, creando a través del aprendizaje experiencial y social procesos que facilitan nuestra resiliencia para poder seguir adelante.
Por lo que la resiliencia se compone de:
- Un aprendizaje,
- En base a la experiencia,
- Que cambia las actitudes y aptitudes,
- Creando mecanismos y habilidades,
- Para poder seguir adelante.
¿Y tú, eres resiliente? Cuéntanos tu experiencia.
Vanessa Fuentes
Psicóloga, integradora social, formadora y tecnopedagoga